Yacimiento ibérico de la Fuente de la Mota
Barchín del Hoyo (Cuenca)


El yacimiento se ubica próximo al pueblo, de coordenadas 39º 39’ 18’’ de longitud norte y 2º 03’ latitud oeste, posee una altitud de 1009 metros, excavándose en la Sierra del Monje, prolongación de la sierra de Cuenca en su enlace con la Cordillera Ibérica.

Los terrenos geológicos pertenecen al Cretácico con materiales de calizas muy diaclasadas en la zona de la excavación, zona que se abre hacia La Mancha, Manchuela, como se conoce el entorno próximo al yacimiento.

Se sitúa en una de las márgenes del río Jucar, al que le conduce el arroyo de la Hoz.

La vegetación que le rodea , de tipo mediterráneo, es de monte bajo, carrascas, aliagas, tomillo, romero, sabina, pino, no difiere de la que nos muestra el analísis polínico de antaño.

Al pie de la montaña campos de oliva y en los alrededores caleras u hornos de cal complementan el paisaje, lugar en que se practica la caza menor.

Tierras de un ocre rojizo, testimonio de arcillas ricas en barro, limonita, geodas de base caliza y cristales de cuarzo, viento y agua dentro del área de captación del yacimiento configuran el escenario de una cultura que se extiende en torno a las riberas del río Jucar, en el tramo del embalse de Alarcón.

La distribución espacial del asentamiento es una adaptación al medio, cuya superficie físicamente se encuentra ocupada, tanto en la meseta como en los flancos o en el pie, según mostró la prospección geofisica, en lo que atañe a la zona alta, se liga, al parecer, a la configuración del terreno, cuyo conjunto se ocupa por construcciones más o menos importantes, ordenadas por sectores.

El semicírculo se cierra en su lado recto por una gruesa muralla de unos 6 metros de anchura y unos 100 metros de longitud, conservando su parte más alta 2,60 metros. Termina en el sector este en una habitación triangular con hiladas de sillares.

El pueblo que habitaba el poblado de la fuente de la mota, era los lobetanos, según comunicaron los participantes de la campaña de 1999.

Asentamientos y poblados. En tormo a los siglos VII - VI a. de C. comienza a definirse unas culturas en la Submeseta, cuyos grupos más importantes son los olcades, en todo el ámbito de la provincia de Cuenca. Los poblados varían según su extensión y la topografía del terreno.

                      

Existen asentamientos en poblados abiertos, en cuevas, caserios, siendo los más caracteristicos los poblados localizados en lomeros o cerros testigo, con un importante desarrollo de elementos defensivos, tanto naturales, como artificiales. Entre estos últimos destacamos las murallas elevadas en piedra, torreones, fosos y empalizadas.

Las casas se distribuyen siguiendo las caracteristicas topográficas del terreno. Son de planta rectangular y los muros de adobe se suelen levantar sobre zócalos de piedra de mampostería. Existen compartimentaciones interiores en torno a una sala central con el hogar.

Casi todos los poblados terminan con fuertes niveles de destrucción e incendio, a causa de las incursiones de los ejércitos cartagineses y posteriormente romanos, por lo que casi todas las estructuras y materiales aparecen muy deteriorados, necesitando una laboriosa y complicada excavación, así como una importante labor de restauración de objetos y materiales.

                

Piedra caliza para la muralla y en los zócalos de las viviendas. Alzado de las paredes con adobes, de dos tipos, el tradicional hecho de arcilla y secado al sol, u otro, que sólo se ha visto aquí, en cuyo estudio se está trabajando, que presenta una gran dureza y va pintado en rojo en las dos caras opuestas.

POEMA IBÉRICO:LA BARGEA

(Poema ibérico en 5 cantos)

Canto 1º. BARTONIO

Voy a contaros la historia
de una estirpe lobetana,
que habitó el poblado ibérico
del foso y de la muralla
de la fuente de la Mota
cuyo cerro así se llama.

Las casas eran de piedra
con la techumbre de ramas,
con un hogar en el centro
para calentar la estancia,

un vasar en la pared,
pucheros, botijos, cántaras
y de madera de pino
catres y rústicas camas
que cubrían con vistosas
colchas de lino o de lana.

Tenían olivas, vides
y plantas mediterráneas
y cultivaban los huertos
a ambos lados de la rambla.
Algunos eran pastores
de ovejas y de cabras.

Para viajar preferían
las mulas de la montaña.
Mas, sobre todo, al caballo,
más que querer, lo adoraban,
para cazar jabalíes
y lidiar en las batallas.

Minas de hierro explotaron
de los cerros en las faldas.
Fabricaron clavos, fíbulas,
jabalinas y falcatas:
las espadas tan terribles
que dieron a Iberia fama
en batallas cuerpo a cuerpo
y en la industria de las armas.

Las mujeres del poblado
tejían con suave lana,
con fibras de duro esparto,
con lino de fina trama.
Otras industrias caseras
tenían encomendadas:
moler trigo, hacer pan
y bebidas fermentadas.

Mas, sobre todas las artes
dominaban la cerámica:
cogían de las laderas
tierra para triturarla,
formaban luego una pella
con arcilla fina y blanda
y dando vueltas al torno,
con las manos embarradas
hacían toscos cacharros
y vasijas decoradas
que cocían en el horno
con romeros y con ramas.

Como pueblo religioso
tenían fiestas sagrada
y festejaban los días
con músicas y con danzas.

Las mujeres del poblado,
en fiestas, se acicalaban
con brazaletes, pulseras,
pendientes de oro, arracadas
y collares con las cuentas
de pasta policromada.

Así vivían las gentes
de la tribu lobetana
en el poblado ibérico
del foso y de la muralla
de la fuente de la Mota
cuyo cerro así se llama.

Vivía aquí una familia
más que pobre acomodada,
el matrimonio y tres hijos:
dos mozos y una muchacha.

Tenían un olivar,
una huerta y unas hazas
de tierra, que suficiente
dorado trigo les daba,
dos mulas para el arado
y un caballo para caza.

Con un joven de Olmedilla
se casó pronto la hermana
y el menor de los hermanos
sirvió algún tiempo en la casa
de un labrador de Buenache
y en una huerta de Gascas.

El mayor de los varones,
que Bartonio se llamaba,
era mozo bien plantado
y esbelto como su raza.
Tenía cabellos rizados,
rasgos duros en la cara
y abundante cabellera
que le llegaba a la espalda.
De aspecto viril, austero,
y voz bronca, pero clara.
Una cabeza de lobo
iba en su pecho tatuada.

Cultivaba las olivas,
con la yunta laboraba,
y pasaba mucho tiempo
con el caballo de caza
acosando jabalíes
con hirientes azagayas.
Otras veces, en el arte
de la guerra se entrenaba
con el escudo en la izquierda
y en la diestra la falcata.

Cuando Aníbal a Valeria
llego para dominarla
pidieron los valerienses
ayuda por la comarca
y guerrilleros indígenas
hicieron frente a los Barca.

Capitán de guerrilleros
era Bartonio, sin tacha,
con el valor en la sangre
y el orgullo en las entrañas.

Con una exigua guerrilla
atacó a la retaguardia
de tropas cartaginesas
causándoles muchas bajas.

Pero al bravo capitán
le urdieron una emboscada
y cayó herido de muerte
de una flecha por la espalda.

De noche, a través del monte,
lo trajeron a su casa,
para hacerle las honras
fúnebres acostumbradas.

Levantaron una pira
muy cerca de la muralla,
y pusieron el cadáver
con sus enseres y armas.

Apenas prendió la pira
levantando grandes llamas
iniciaron sus amigos
una frenética danza
y dos parejas de jóvenes
una lucha simulada
representaron, muy viva,
con escudo y con falcata.

Recogieron sus cenizas
en una urna decorada
con algunos episodios
de sus mejores hazañas.
Y a la madre de Bartonio,
que Bargea se llamaba,
le entregaron las cenizas
para que ella las guardara.
Dicen que enterró la urna
bajo la tierra sagrada.

Canto 2º. LIVANA

Un día de primavera
cuando los trigos encañan,
cuando la fuente la Mota
vierte sus prístinas aguas
y los jilgueros anuncian
el fulgor de la alborada
hay ruido por el poblado
y alegría por las casas.

Las mujeres buscan velos,
se pintan ojos y cara
y sacan de los joyeros
sus mejores arracadas.
Los hombres tocan los cuernos
llamando a cantos y danzas .

Al oriente del poblado
hay una tierra sagrada,
un apartado Rincón
circundado de montañas.
En el centro del Rincón
hay una piedra sagrada
y todas las primaveras
las gentes de esta comarca
vienen a rendirle al ídolo
veneración y alabanza.

En la fuente de la Mota
se lavan manos y cara
porque lavando su cuerpo
se purifiquen sus almas.

Cuando llegan al Rincón
besan la tierra sagrada.

Del ídolo alrededor
se forman grupos de danzas.
Danzan niñas jubilosas
pisando tierra descalzas
y entre sus hábiles dedos
crótalos de arcilla cantan.

Entrenadísimos jóvenes
espectaculares danzas
representan a lo vivo
con escudos y falcatas.

Bartonio, como ya os dije,
tenía hermano y hermana
y esta, que era la segunda,
tenía de nombre Livana.

Los jóvenes del poblado
por hermosa la admiraban.
El cabello le caía
por los hombros en cascada.

Era un espejo bruñido
la tersa piel de su cara;
sus ojos eran estrellas,
rayos de luz sus pestañas.
Cuando hablaba, era su voz
el timbre de la elegancia.

Como ninguna bailó
aquella tibia mañana
con los bazos levantados
tocando pitos y palmas
y batiendo el duro suelo
de sus pies las bellas plantas.

De Olmedilla vino un joven
apuesto sobre una jaca
que era admiración de todos
por su valor y elegancia.

Ulmeco era su nombre.
Tenía morena la cara,
tenía mirada viva,
tenía barba cerrada.

Cuando terminó la fiesta
y se acabaron las danzas
fueron a rendirle al ídolo
veneración y alabanza.

Estando ya las carretas
para partir preparadas,
Ulmeco el de Olmedilla
así le dijo a Livana:

“Vendré a llevarte conmigo
a la grupa de mi jaca
la próxima luna llena
antes de rayar el alba”.

Livana se puso roja
al oír tales palabras
y delataron sus ojos
indicios de enamorada.

Cuando a los catorce días
la luna llenó su cara,
con un cántaro en la mano
fingiendo que iba por agua,
Livana bajó a la fuente
de la Mota antes del alba.
A la vera de la fuente
Ulmeco estaba esperándola
y a la jaca se subieron
sin espera ni tardanza.

Cuando el oriente nocturno
presagiaba la mañana,
por los caminos del Hoyo
cuatro cascos se alejaban.

Cruzaron más que veloces
entre la Huerta Peralta
y los pinos centenarios
que hay al lado de la rambla.

Luego, pasaron la Hoz
al hilo de la garganta
y llegaron a Olmedilla
antes que el sol asomara.

Cuando niñas a la fuente
bajaron de madrugada
vieron el cántaro solo
abandonado en el agua.

Canto 3º. VITONO

Estaba en un promontorio
que del Júcar baña el agua
el poblado de la Torre
y en él de Ulmeco la casa.

Livana era diligente
y siempre estaba ocupada.
Molía, cocía pan,
iba a la fuente por agua
y pasaba muchas horas
en el telar de su casa
tejiendo telas de lino
y haciendo tocas de lana.

Ulmeco puso colmenas
a los pies de la montaña.
Y más allá de los olmos
a la orilla de las aguas,
un huerto que siempre pródigo
frutos del tiempo le daba.

Un día al venir del campo
le dijo a Ulmeco Livana:
“Vas a tener un retoño,
que ya estoy embarazada”.

A Ulmeco de la alegría
se le saltaron las lágrimas
y preguntó: “¿Cuándo, cuándo
se cumplirá la esperanza?”.

Livana le contestó
segura de sus palabras:
“Cuando pasen siete lunas
y las noches sean largas”.

Y una noche larga y fría
de luna redonda y blanca
con ayuda de partera
dio a luz un niño Livana,
y le llamaron Vitono,
nombre de ibérica casta.

Vitono se crio sano
entre el río y la montaña.
Le gustaba ir a Cañahonda
con sus amigos de caza.
A cuidar el colmenar
a su padre le ayudaba
y por las tardes el huerto
con diligencia regaba.

Pensó Ulmeco dedicarse
los días que no hacía nada
a vender ollas, pucheros,
platos, ánforas y tazas
y un día, le dijo Ulmeco
a su hijo estas palabras:

“Vitono,
ya eres un hombre
y la próxima semana
vendrás conmigo a vender
orzas, pucheros y cántaras”.

El cónsul Porcio Catón
había venido a Hispania
con dos legiones completas,
caballos de épica raza
y con orden del Senado
para que la esclavizara.

En la plaza de un poblado
oyeron noticias malas:
Mandonio, Indíbil y Edeco,
los caudillos de su raza,
habían sido vencidos
por una legión romana,
y sin vender los cacharros
volvieron para su casa.

Una mañana temprano
al cruzar una vaguada
los sorprendieron soldados
de una centuria romana.
Les rompieron los cacharros,
les señalaron la cara,
y les robaron las mulas
y el dinero que llevaban.

Se pusieron en alerta
poblados, tribus, comarcas
y cuando el fiero Catón
iba regresando a Italia
se lanzaron a la lucha
todas las tribus de Hispania:

carpetanos de la sierra,
pastores de Lusitania,
celtíberos de bravura
y olcades de tierra llana.

Vitono acudió a la guerra
para emular las hazañas
del lobetano Bartonio,
el que se enfrentó a los Barca.

Y en el poblado del cerro
del foso y de la muralla
de la fuente de la Mota,
con ilusión y arrogancia,
compró escudo protector
y una ibérica falcata.
Pidió protección al ídolo
y favor en la batalla.

Acudieron las guerrillas
de la Sierra y de la Mancha.
Iban provistos de cascos
forrados con piel de cabra
y de escudos de madera
dura de buena carrasca.
La cabeza de un lobo iba
en cada escudo pintada.

Y sus armas ofensivas
eran hondas, flechas, lanzas,
cuchillos afalcatados,
fuertes puñales y espadas.

Una noche de verano
de luna redonda y clara
se congregaron muy cerca
de Segóbriga la llana;
y a la salida del sol
en una tierra quebrada
al pretor Cayo Calpurnio
le presentaron batalla.

En poco más de dos horas
quedó la legión diezmada
y Calpurnio sin honor
y Roma al fin humillada.

Hartas de sangre quedaron
las hojas de las falcatas.

Vitono entró en el combate
a dar su vida y su alma
y salió con siete heridas
y en la frente una granada.

Vencedor con su guerrilla
de la tribu lobetana,
se presentó en el poblado
del foso y de la muralla
de la fuente de la Mota
cuyo cerro así se llama.

Canto 4º. VALOYO

Tenía Bartonio un hermano
que Juncadio se llamaba,
el que estaba de hortelano
en una huerta de Gascas.
Juncadio se enamoró
de una morena hortelana
de la ribera del Júcar
que se llamaba Estania.

Eran tiempos inseguros
para la ibérica raza,
de incursiones y saqueos
de las legiones romanas,
y por estar más seguros
que en la ribera de Gascas
se vinieron al abrigo
del foso y de la muralla
de la fuente de la Mota
cuyo cerro así se llama.
Y aquí pusieron un huerto
a la orilla de la rambla.

Aprendió luego Juncadio
el arte de la cerámica.
Hacía ánforas y platos
con arcilla, decorada
en tonos ocres y rojos,
con geométrica temática.

Estania molía trigo,
cocía pan de harina blanca
y de la fuente la Mota
subía cada mañana
dos botijos en las manos
y en la cabeza una cántara.

Por la tarde algunos ratos
en el telar de su casa
tejía prendas de lino
y chales de lana blanca.

Y todo el día un puchero
de barro borbolleaba
sujetado con un tranco
en el lar de aquella casa.

Una noche que en el cielo
brillaba la luna blanca,
Estania dijo a Juncadio
con proféticas palabras:
“En mi vientre baila un niño
una belicosa danza”

Después, le dijo muy triste
lo que de noche soñaba:
que un caballo malherido
venía de madrugada
a la fuente de la Mota
a beber sediento de agua.
Luego, desaparecía
con la clara luz del alba.

Cuando pasaron las lunas
que por la cuenta llevaba,
Estania dio a luz un niño
que era un rayo de esperanza.
Y le pusieron de nombre
Valoyo, y su noble fama
fue de todos conocida
desde la Sierra a la Mancha.

Creció Valoyo en el cerro
del foso y de la muralla.
Le gustaba deambular
por cumbres y por vaguadas
y explorar caminos nuevos
y sendas no acostumbradas
cuando con un arco y flechas
iba muy joven de caza.

Un día Valoyo vio
cómo soldados de Italia
a un cabrero del poblado
le arrebataron las cabras
y amenazaron cortarle
la lengua si lo contaba.

Valoyo juró hacer frente
a las legiones romanas.
No quiso el paterno oficio
del arte de la cerámica,
ni cultivar las olivas
ni los huertos de la rambla.

Quiso el oficio arriesgado
de la guerra y de la caza
para defender su tierra
de la rapiña romana.
Con su caballo salía
por los pinares de caza
y acosaba jabalíes
con puñales y azagayas.

Los ratos que estaba ocioso
los empleaba en la fragua
ayudando a los herreros
a fabricar las espadas,
y de hierro bien templado
nielada de oro y de plata
compró Valoyo una fuerte
y bellísima falcata,
un buen casco protector
forrado con piel de cabra
y un escudo de madera
bien curada de carrasca
que tenía la cabeza
de un fiero lobo pintada.

El pretor Sempronio Graco
había venido a Hispania
por mandato del Senado
con orden de conquistarla.

Entonces se levantaron
los celtíberos en armas
para oponer resistencia
a las legiones romanas.
Y Valoyo se alistó
con su caballo y sus armas
en las audaces guerrillas
de la tribu lobetana.

Se juntaron en Valeria
tras de sus fuertes murallas
y a las tres jornadas justas
se presentó una mañana
el pretor Sempronio Graco
con una legión romana.

Trabaron los dos ejércitos
una enconada batalla
y Valeria sucumbió
luchando desesperada.

Luchó valiente Valoyo
con su caballo y sus armas
y murió con doce heridas
en el pecho y en la cara.

Un caballo malherido
vino una triste mañana
a la fuente de la Mota
a la querencia del agua.
Luego, desapareció
con la clara luz del alba.

Canto 5º. SALUSTO Y NAVOTO

Cuando Valoyo partió
a aquella guerra enconada
de la tropa celtibérica
contra la tropa romana,
dejó a su esposa Liberia,
también como él lobetana
al cuidado de sus hijos,
niños de edad muy temprana.

Y a los suyos y a otros niños
Liberia les relataba
de los iberos historias
y de sus héroe hazañas.

Les contaba que las tribus
de todo el suelo de Hispania
iban siendo poco a poco
vencidas y dominadas
y eran los hombres aquellos
de la celtíbera raza
por tratados desiguales

o por fuerza de las armas
obligados a servir
en la milicia romana,
a entregar bienes y tierras,
a exacciones tributarias
y las mujeres iberas
a la fuerza violadas.
Hispania quedó partida
en dos provincias romanas
y vinieron dos pretores
para mejor gobernarlas
y a veces también un cónsul
con legiones bien armadas
para castigar las tribus
que a veces se sublevaban:

la tribu de los olcades,
la vetona y carpetana,
y la nuestra, tribu ibera
de la región lobetana.

Liberia iba con los niños
al Rincón cada semana
y les hacía jurar
ante la piedra sagrada
defender aquella tierra
con la vida y con las armas.

Y Liberia a sus dos hijos
los aficionó a la caza,
a perseguir animales
con hondas, flechas y lanzas,
a dominar los terrenos,
a ocultarse en las quebradas
para estar bien preparados
ante posibles batallas.

Y de este modo, los dos
hermanos de sangre y raza
endurecieron sus cuerpos
y expertos fueron en armas.

Fueron Salusto y Navoto,
que así los dos se llamaban,
los últimos de los héroes
de la tribu lobetana,

del ibérico poblado
del foso y de la muralla
de la fuente de la Mota,
cuyo cerro así se llama.

Siglo y medio se cumplía
desde que tropas romanas
habían llegado a Ampurias
para conquistar Hispania
y ya era Roma la dueña
de ciudades y comarcas,
pues las tribus celtibéricas
ya vencidas o cansadas
habían firmado las paces
si bien en su desventaja.

Mas pretores sin conciencia
ávidos de tierra y plata
redujeron a miseria
a las tribus subyugadas
confiscándoles las tierras
y ahogándolas con más tasas.

Las celtibéricas tribus
se levantaron en armas
y también se levantaron
las guerrillas lusitanas
cuyo caudillo Viriato
causaba estragos y bajas
atacando por sorpresa
a las legiones romanas.

Y así, Salusto y Navoto
de la tribu lobetana
se unieron al gran Viriato
con sus caballos y armas.

Y se unieron a Viriato
los oretanos de raza,
los vetones de la sierra,
los olcades de la Mancha.

Los dos, Salusto y Navoto
a caballo y con la espada
causaban terror y espanto
en las filas legionarias,
en batallas cuerpo a cuerpo

o en asaltos y emboscadas.
Y llegaron a Segóbriga,
que, aunque bien fortificada,
al punto la liberaron
de la obediencia romana,
y siguieron avanzando
sin descanso, ilusionadas

con el invicto Viriato
por el corazón de Hispania.

Pero al llegar a Valeria
no pudieron liberarla
aunque Salusto y Navoto
en lucha desesperada
pudieron abrirse paso
hasta el pie de la muralla.

Luego, Viriato ordenó
descansar unas jornadas
en la Sierra, a la orilla
de la Ciudad Encantada.
Y allí fue donde alevosa
urdió la traición romana
sobornos de capitanes
con promesas de oro y plata.
Y una noche que dormía
tranquilamente en su cama
le clavaron tres puñales
al héroe de Lusitania.

Levantaron una pira
en la Ciudad Encantada.
Colocaron su cadáver,
sus enseres y sus armas.

Apenas prendió la pira
levantando grandes llamas
iniciaron sus leales
una frenética danza
y el mejor par de guerreros
de la tribu lobetana,
que eran Salusto y Navoto,
y el mejor de la oretana

trabaron combate a muerte
sin escudo y con falcata
para acompañar al héroe
más grande de Lusitania.

De Salusto y de Navoto
los cadáveres y armas
ardieron en una pira
de sabina y de carrasca,
y guardaron las cenizas
en dos urnas de cerámica.

A la abuela de los héroes
que Bargea se llamaba
le trajeron las dos urnas
para que ella las guardara.

Dicen que están bajo el suelo
de aquella tierra sagrada.

Luego, el tiempo fue guardando
la memoria con nostalgia
de un pueblo que sucumbió
bajo la fuerza romana.

Y todas las primaveras
en noches de luna clara
dicen que viene un caballo
herido de una batalla
a la fuente de la Mota
a beber sus puras aguas,
y luego, desaparece
con la clara luz del alba.

Esta leyenda aprendí
en los días de mi infancia
cuando en las noches de invierno
largas de blancas nevadas
contaban bellas historias
al amor de la fogata.

Yo a mi vez os la transmito,
no consintáis olvidarla,
que es nuestra historia, la nuestra,
la que conserva la fama
del ibérico poblado
de la tribu lobetana,
de la fuente de la Mota
cuyo cerro así se llama.

Autor José-Luis Serrano López

Inscrito en el registro de la propiedad intelectual. Expediente: MA-810-13




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